Por la
noche soñé que me trasladaba a un lugar tenebroso. Un lugar en alguna parte de
mi subconsciencia. Aquel día me introduje cariñosamente en mi mente como un
papelito que vuela por los aires en los días de viento. Cuando quise salir de
aquel lugar repleto de oscuridad, ya era demasiado tarde. Mi mente subconsciente
no sabía cómo reaccionar. No sabía siquiera que sucedía y como pensaba ella
misma. Diez minutos más tarde, seguía allí, inútil. Recto, tan recto como los
soldados en el cuartel cuando pasaba la máxima autoridad a una inspección antes
de la tercera guerra mundial. Parpadeaba una
y otra vez hasta que mi profesora de física y química se apareció ante
mí. Le faltaba un ojo. Estaba calva, y llevaba algo en la mano. Sin poder ni
gesticular, me enseñó su mano. Pude divisar su sonrisa. Una sonrisa realmente
malévola. Tenía pocos dientes y los pocos que tenía tenían un color blanco, que
brillaban en la oscuridad. Su único ojo se iluminó de verde, como si de un
extraterrestre se tratase. Fue entonces cuando abandoné mi posición de militar,
baje los hombros, me agaché y observé su mano. Otra vez inmóvil. Algo me rodeo
sin que pudiese impedirlo. La mano fue desapareciendo poco a poco y pude
escuchar una voz que hablaba en un extraño idioma.- Ya no se mas, doctor-. El
doctor me miró pensativo. Se acercó a mí y me susurró. –Esto es un centro
médico, váyase a un buen psicólogo, que le irá bien-. Me dio unas palmaditas en
la espalda y me acompañó al final. De pronto volví. Ya tenía conocimiento,
estaba en la puerta de la policlínica. En frente una academia de inglés, y por
medio la calle principal de mi barrio, nada más. –A casa-me dije. Por lo demás,
un día normal. Me fui a la cama. Soñé que me trasladaba a un lugar tenebroso.
Esta vez, muy intensamente. Fue entonces, cuando sentí, que era real. Pero nada
más sucedió. Nada excepto la visión de un lugar muy extraño, sin suelo.
Flotando en el aire. Abrí los ojos y con un gran destello, sin previo aviso, el
virimundis se apoyó en mí.
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