-Gumpert, ya estamos aquí- dijo retumbando
el recepcionista del palacio verde. El hombre que había en mis sueños, estaba
en la puerta de un palacio alto, con cristales verdes, sin techo y de forma
celestial. Los refinados picos resaltaban detalles que nunca antes había visto.
Cuando el hombre amorfo, Gumpert me miró, me introduje en mi mente de nuevo con
la misma sensación que la última vez. En mi mente se me introdujo sin siquiera
ser yo consciente, muchísima información sobre Gumpert. Ahora lo sabía todo
sobre él. Me sonrió –Chico, lo que acaba de sucederte agradéceselo al
descubridor del virimundis, llamado vulgarmente-esbozó una sonrisa. No me había
dado cuenta antes de la forma de los dientes. Eran casi todos colmillos. Eran
realmente grandes. –Agradéceselo a Pablo Martínez, chico-siguió Gumpert. Bueno,
en primer lugar, bienvenido al palacio de los protegidos, me dijo. Me abrió la
puerta. –Cuidado al entrar, chico. Me abrió la puerta y, sin duda parecía que
me estaban tomando el pelo. Aquello parecía un holograma. El aspecto exterior
no tenía absolutamente nada que ver con el exterior. Un suelo blanco, sin
escaleras a un primer piso que se podía ver desde abajo, muy bonito, con
aparatos extrañísimos, cabinas, más aparatos y más cabinas... Estaba todo muy
bien decorado con cristales al exterior La segunda planta tampoco llevaba
escaleras. Ninguna de las diez plantas tenía escaleras. Y, sí, Gumpert me lo
advirtió, debí de hacerle caso, pero no lo hice, aunque me arrepentí, porque me
pegué un buen susto. Justo al entrar, te separabas del suelo medio metro y la
única manera de desplazarse era volando. Gumpert y su ayudante dominaban esta
técnica. –Déjate llevar, simplemente- me propuso. La sensación de flotar en el
aire, de volar como un pájaro libre, como el viento, era espectacular. No dije
nada pero estaba alucinando. Gumpert ordenó a su ayudante que se quedase ahí.
Ahora comprendí porqué no había escaleras. Los pisos estaban ordenados de
manera cilíndrica y, me aproximé al centro de una circunferencia de unos seis
metros cuadrados, para poder contemplar mejor el edificio, ante la antena
mirada de Gumpert. Pero, allí el edificio era cilíndrico y muy estiloso, muy
moderno. Por fuera parecía un castillo, aunque también elegante, pero de formas
irregulares. Dejé pasar esa sensación como Gumpert me señaló al lugar donde me
debía dirigir. Volando. -El grupo tiene que conocerte. Hay cosas que debes
saber, ve a la planta dos, te están esperando-. Poco a poco, como un avión,
como un cohete, más bien, fui a la segunda planta.
Había una tabla blanca y aparentemente muy
frágil flotando. Se apoyaban dos hombres y una mujer sentados sobre el aire,
vestidos con ropa negra, blanca gris y marrón claro. La parte del cuello de la
camiseta, estaba hacia arriba, como un vampiro. Tenían peinados muy extraños.
La mujer tenía el pelo enrollado varias veces, y al final, acababa en punta.
Cuando me acerqué, pude comprobar que el pelo estaba enrollado sin ningún
soporte, flotando al igual que todo lo que había en el misterioso castillo de
la gravedad. –Hola- dijo tan solo la mujer, amablemente. El hombre que había en
el centro se levantó, si a despegarse del aire y ponerse recto, podía llamarse
levantarse. Con una reverencia me señaló algo a mi derecha. –Ven por aquí,
chico-me rogó. Estaba empezando a hartarme de que me llamaran chico. Cuando me
giré, había un chisme que estaba conectado por unos cables de medio metro de
ancho, que a su vez llevaban otros azules, más finos, conectados a una especie
de casco, que llevaban unos agujeros por dentro. El hombre me dijo que me lo
colocase en la cabeza. –Va a dar comienzo el viaje- me explicó. Se desvaneció
en una espiral y pocos segundos después, no veía nada más que simple abismo.
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