-Hoy hay práctica-me despertó el hombre
calvo. No podía abrir los ojos. Me deje caer en el suelo y me dormí de nuevo.
Estaba destrozado completamente. Al cabo de un rato me despertó una luz
atronadora del exterior: la puerta estaba abierta. Estaba muy perdido así que,
como tal, me dirigí al primer sitio que me diría un extraño. Calle antigravedad
pensé. Bueno el primer paso hacia la calle era levantarme. No lo conseguí. Me
levanté y me caí. No podía sostenerme por alguna causa. Lo intente de nuevo, poco
a poco. Se me quedo una cara de tonto cuando me levanté. Medía medio metro más.
Di un paso con delicadeza. El suelo estaba encharcado por las lluvias. Pero el
agua estaba caliente. Y no salía vapor de agua. Desde que salí del sueño, las
cosas eran muy raras, así que lo siguiente no tenía porque asustarme ni
parecerme extraño, pero me causo una impresión parecida. Corría el doble. Podía
correr como un leopardo. Y lo comprobé por aquel extraño lugar. No había ser
vivo allí. Estaba vacío. Ni el hombre amorfo ni el hombre calvo. Me entraron
muchas ganas de ir al aseo. Tuve que encontrar uno rápido. Lo más parecido era
un lugar que tenía los símbolos de señor y señora, pero algo distorsionados. El
hombre era más delgado y alto, con una cabeza demasiado grande. La mujer apenas
tenía caderas y era muy alta también. Antes de entrar al supuesto baño de
caballeros, me percaté de un cartel escrito en…algún idioma. El baño relucía
estilo. No se parecía al baño de mi casa. A la izquierda, un cristal de tres
metros cuadrados. Al fondo unos aparatos muy extraños. A la derecha cabinas.
¿Dónde había un retrete? La cosa se ponía muy fea. Me miré al espejo. Algo se
me metió por dentro. Se me heló el cuerpo. En el cristal podía ver al hombre
amorfo, un poco cambiado. Tenía los ojos muy abajo, al igual que la nariz y la
boca y una gran frente, con poco pelo y nada de barba. Tardé en comprender, que
ese era yo. Y ahí fue cuando ya no aguanté más. Tenía que encontrar un retrete
ya o…
Que gracia tenía. LA calle antigravedad.
Había un especie de callejón oscuro repleto de ladrillos hechos carbonato. A
veces daba la sensación, de que se iba a venir abajo. AL final del todo, donde
la luz no podía llegar, había un hueco sin tapar. Miré a través de él. Y sin
duda, me llevé el susto de mi vida. Algún ser extraño se encontraba al otro
lado. En realidad, era solo una deducción: solo vi un ojo con la cornea verde
hierba. La voz que me hablaba en la habitación oscura preguntó: -¿Le envía
Gumpert?- No sabía qué hacer allí. Le conteste que un hombre entro en mi mente
y me mandó a la calle antigravedad. Tras el hueco, pude comprobar que era como
yo y como el hombre amorfo, que ya no parecía tan amorfo. Sonrió. Me dijo que
pasase y como por arte de magia, derribo no los ladrillos, si no la calle
entera. Hubo una tormenta de arena, se acercó a mí y, señalando un gran
edificio verde, me dijo con gratitud :Bienvenido a la calle antigravedad, chico.
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